viernes, 27 de marzo de 2015

2 de abril: día del veterano y de los caídos en la guerra de Malvinas



                                                        Nadar de pie [Fragmentos]
                                                                                                                 Sandra Comino

El viernes 4 de septiembre de 1998, a pesar de la actitud de todos los integrantes de la casa de no comprar más diarios, Gabriela volvió a acceder a un testimonio de un aviador que hablaba en el diario sobre la identidad de los restos encontrados en la isla Borbón, que en principio todos creyeron que eran de Nardo.

–Esto no es cierto –gritó Gabriela–, ¿por qué no esperan los resultados del a d n? ¿Por qué dan informaciones que no existen? ¿Por qué dan nombres si no están seguros? ¿Qué quieren tapar? ¿A quién molestan averiguando?

–Te dije, Gaba, que no te ilusionaras.
–Hay familias pendientes de las noticias. ¿Por qué juegan con  los  sentimientos?  Tenemos  que  investigar  por  nuestro lado.
–Nadie lo hizo a propósito, es la regla del juego. A quien informa no le importa lo que provoca la noticia. ¿No ves cómo los diarios se meten en todos lados, tía? –dijo Ernesto tratando de consolarla.
–Jorge, decime, ¿a quién puedo recurrir? ¿Por qué nos quedamos con lo que dicen los diarios nada más? ¿Por qué me vine al pueblo cuando tendría que haberme quedado en Buenos Aires e iniciar una investigación?
–Perdoname, Gaba, pero nadie te va a escuchar.
–Pero hay que intentar que nos escuchen, Jorge.
–¿Se puede hacer esto de dar nombres y luego negarlos?
–No sé, Ernesto. Es raro que todo cierre así tan perfecto cuando hace tres días las dudas sembradas no cerraban.
–¿Querés que te acompañe, tía, a Buenos Aires?
–La abuela, mamá, tal vez ella conoce gente ahí, en Cancillería.
–Ya no van a analizar esos restos. No se puede creer –dijo Mateo–, pero si alguien me consulta, prefiero dejar todo como está.
–No, Mateo. En dos días nadie se acordará de Nardo.
–¿Y para qué querés que se acuerden, hija? Basta con que lo recordemos nosotros y ya está.




No sé cómo se sale de ciertas situaciones. Desconozco cómo  se  consuela  a  quien  no  tiene  consuelo,  Jorge  lloró, lo vi. Sentado en la punta de la silla con las muletas en sus manos y cabizbajo, me hizo pensar en la loca idea de preguntarle –de nuevo– si quería ser mi papá. Necesitaba abrazarlo. Pero solo fui hacia él y me quedé cerca.

Repetía que este país era una mierda y lamentó todo tanto. La impotencia es la peor enemiga de la incertidumbre –escribió.


La mañana del 2 de mayo de 1982, en el pueblo, todos leyeron en los diarios: 

         MALVINAS: LOS RECHAZAMOS A SANGRE Y FUEGO
        Convocan a la clase 61 y personal habilitado para volar.

 

En la radio se oía:


                                           Comunicado Número 38:
    La junta militar comunica al Pueblo de la Nación que a la hora 4.40 del día 1º de mayo de 1982, el Reino Unido de Gran Bretaña atacó Puerto Argentino en las Islas Malvinas.
    Dicho ataque fue llevado a cabo por aviones Harrier basados en portaaviones y fue rechazado por la artillería antiaérea de las fuerzas que defienden nuestra soberanía.


Sara y Gabriela preparaban encomiendas. Cigarrillos, chocolates y medias para los soldados. El miedo ya formaba parte de la vida.
–Te fuiste sin despedirte, contó tía Sara –escribió Mavi en la carta–, el 2 de mayo del 1982, cuando habían convocado por el decreto 806 al personal apto para volar.
–Era de esperar –dijo Antonia, al enterarse, con el dolor de la ausencia, antes de tener que soportarla.
El día anterior, cuando se había llevado a cabo el primer ataque aéreo a las 4:45 horas, se declaró alerta amarillo en Comodoro. Radios y emisoras televisivas transmitían con baja frecuencia para no ser detectadas. Dos días más tarde, Emilio y su cuadra fueron hacia Puerto Darwin, esa zona era más al centro de la isla Soledad, más en terreno de crisis. Puerto Argentino quedaba exactamente del otro lado. Había habido ataque en Darwin, allí estaban más cerca del estrecho de San Carlos.
Gabriela y Sara preparaban casi a diario encomiendas para enviar a Darwin. Encotel (Empresa Nacional de Correos y Telégrafos) colaboraba con el traslado gratuito de cajas con menos de tres kilos de peso. Cigarrillos, chocolates, latas y golosinas, además de cartas y revistas.
                                                                    
                           Comunicado Número 8:
  El Estado Mayor Conjunto informa que, pese a las intensas acciones militares que debieron afrontar, nuestras tropas mantienen su excelente nivel moral y un encendido entusiasmo, retemblando su espíritu ante el éxito de la tarea desarrollada en defensa de nuestra soberanía.

–Sara, tengo que contarte algo –dijo Gabriela, dispuesta a confiarle un gran secreto. Pero Sara no podía escuchar.
–Nardo  se  fue,  Gaba,  no  quiso  despedirse,  te  dejó  esta carta.
–¿Cómo que se fue sin despedirse? No puede ser.
–Tenés que comprenderlo, Gaba, fue a una guerra.
–Sara, vos me lo decís… no puedo creerlo.
Gabriela tuvo un ataque de llanto, de enojo con Nardo, como si supiera que jamás volvería a verlo. Gabriela lloraba de impotencia, lloraba de angustia, lloraba de soledad.
–Sara, venía a consultarte si le contaba que no me vino este mes. Sara, me parece que estoy embarazada.
Luego del silencio, Sara dijo lo mismo que su amiga había dicho de ella en una situación similar:
–¿¿¿¿¿¿Quééééé??????
Parece que ni mamá, ni la tía supieron cuidarse mucho –escribió Mavi con tinta azul.



–Ir a la guerra no fue fácil, Mavi.
–Nunca dije eso, Jorge.
–Hacía mucho frío allá. No teníamos trajes para enfrentar bajas temperaturas. Nos habíamos acostumbrado a tomar mate cocido  y  comer  chocolate.  No  nos  llegaba  ningún  diario.  No
habíamos pensado en perder, al principio. Luego, nos fuimos dando cuenta. Queríamos ganar y no sospechábamos la magnitud de la guerra. Nos lavábamos con agua de mar. Algunos se bañaban en el pueblo. Íbamos a buscar leche a una granja. Lavábamos la ropa. Juntábamos leña. Yo cosía mis medias.
–¿Creés que estuvo bien la guerra, Jorge?
–Ni siquiera en el pueblo pensamos que se iba a desencadenar la guerra. ¿Te acordás, Sara, cuando leímos “Inminente recuperación de las Malvinas” en los titulares del diario? Festejamos. Todos festejamos. Todo el pueblo salió a gritar que las Malvinas por fin volvían a ser argentinas.
–La euforia nos envolvía. En las calles de todo el país se vivía esa euforia.
–En Malvinas, nadie nos decía qué pasaba. Todos habíamos perdido la noción del tiempo. Tu abuelo nos había dicho que iríamos hacia el sur, dos horas antes de partir, el 8 de abril. Comodoro Rivadavia fue la primera etapa. A mi clase, la convocaron recién el 2 de mayo; pero yo, debido a la prórroga, hice la instrucción con el grupo que viajó primero. De todos modos, no esperé a que me llamaran, fui solo. Los nuevos temblaban de miedo. El día que salimos, las madres de los más chicos estaban como locas, nos decían que cuidáramos a sus chicos. ¡Qué responsabilidad! Esos muchachos no tenían idea de cómo se portaba un arma. Por eso no quiero acordarme de la guerra.
–Mirá, Mavi:
         Isla Soledad, 20 de mayo 1982
Querida Sara:
Fui a comprar leche. Llueve y está muy ventoso. Ayer se incendió una posición, tal 

vez haya un recambio en la cuadra. Quisieron hacer fuego por el frío. Los castigaron,
porque  estaba prohibido hacer fuego. Comí panceta, cebolla y papas. Rezá por mí.
                                                                                                                                Jorge

Buenos Aires, 22 de mayo 1982
Querido hijo Jorge:
Te mando  un  pulóver.  Te  escribo  escuchando  radio  Rivadavia,  9:42  p.m.  del  
domingo,        es       la  hora  de  “La  oral deportiva”, pero por los hechos de las Georgias
está “El rotativo del aire”. Boca va tercero y River puede clasificar. Independiente ganó el
clásico a Racing, que está segundo en la zona. Te mando la tabla de posiciones.
Dice la tía que si hay algún chico que no recibe correspondencia, le avises que ella le escribe.
                                                                                                    Mamá

–Nardo enviaba radios a la compañía. En ellos nos decía que debíamos estar bien, principalmente se dirigía a mí, nombraba a mi futuro hijo y a Vetún que estaba en mi cuadra –dijo Jorge al recordar aquellos años, cuando habían ocurrido tantos hechos inimaginados por nadie.
–Es que todo pasó como en una película. Cuando enfrentamos al primer escuadrón fue como estar dentro del cine. Un grupo de soldados se había acercado hacia nosotros bajo la lluvia. Siempre llovía ahí. Era difícil acertar si los que nos atacaban eran argentinos o ingleses y, por lo tanto, tardábamos en tirar. Una noche nos dimos cuenta de que el enemigo estaba cerca y comenzamos a tirar. Todos observábamos cómo caían. Los agarramos desprevenidos y retrocedieron. Cargaban a los heridos. Ese día, Vetún me dijo que si le pasaba algo, nunca se lo contara a nadie. Me cubría, de rodillas tiraba como si  hubiera  sido  entrenado.  En  Malvinas  éramos  casi  todos desconocidos, pero nos hermanaba la situación. Otra noche empezó  a  nevar.  El  frío  era  terrible.  Combatíamos  cuerpo  a cuerpo. Cuando estás tirando no te das cuenta, tirás y no pasa nada, estás tieso, pero después, cuando se hace un silencio, allí empezás a tiritar, no sabés si de frío o de miedo. Creo que sentí  mucho  miedo.  Cuando  habíamos  recibido  la  orden  de avanzar hacia el norte de Darwin, eran más o menos 90 kilómetros de Puerto Argentino, nos alistamos en una cola, tan larga como la que hacíamos para entrar a la cancha. Me llené de recuerdos e hice de cuenta que hacía la cola para entrar a la canchita el domingo y cuando empezamos a avanzar paso a paso en la oscuridad, rezaba. Marchamos como un kilómetro y, según los cálculos, debíamos avanzar otro más. No se veía nada. Teníamos órdenes de tirar ante cualquier movimiento.
De repente, se veían bultos, no sabíamos si eran ingleses o de los nuestros. De golpe y porrazo, el tiroteo. No se sabía para qué lado salir. Eran disparos sin origen. Parecían bombas.
–Jorge, ya basta –dijo Mateo al entrar a la casa. Pero él no escuchó:
–Miles de veces leí que desde Buenos Aires, los periodistas decían que la llegada de los argentinos era un aire fresco para los kelpers y todos les creían. Los recortes que tiene tu abuelo, Mavi, permiten ver que conjeturaban que ganábamos. Decían pavadas. Se informaba lo que los milicos deseaban que informaran. Los ingleses pensaban que las Malvinas estaban en el Pacífico, no sabían adónde iban cuando salieron a pelear; pero igual salieron. Vos sabés lo que fue la vuelta, Gaba –dijo Jorge mirando a su amiga–, ¿vos recordás cómo venían las madres a preguntarme cómo habían muertos los demás chicos? Desde Tucumán vino la vieja de Vetún a preguntarme por él. No pude contarle ni un poquito así, nunca lo va a saber, porque ¿cómo le voy a contar qué pasó, para que el dolor sea más profundo? No, no puedo. No puedo.
–La verdad siempre limpia, Jorge.
–No siempre.
–A vos te haría mal volver a las islas; pero a Sara y a Mavi, les haría bien ir. Si no enfrentás el dolor, es difícil ver la realidad.
–La guerra es lo peor que existe. Yo estuve con tu abuelo, Mavi, hasta el último instante, con Vetún. A veces no puedo entender cómo pudimos volver con Juan. Hay quienes les escribieron a sus hijos y ellos estaban muer tos cuando llegaron esas cartas, ¿vos creés que se le puede decir toda la verdad a una madre? ¿Pensás que le aliviaría el dolor contándole cómo murió su hijo o contándole que su carta nunca le llegó? Tu madre, en ese sentido, no averiguó nada, tenés que hacer lo mismo.
–¿Te comunicabas con papá, tío?
–Sí, Mavi, él llamaba al radar para contar cuando recibía las encomiendas que mandaban desde acá. Me acuerdo de cuando le llegaron las medias de colores, tejidas por tu mamá, o los cigarrillos y los chocolates que le enviaban las chicas del pueblo, se ponía muy contento. También, me contaba de las cartas  de  Sara.  Muchos  chicos  no  tenían  cartas  y  otros  eran cuestionados,  telegrama  mediante,  por  la  familia  para  saber si las encomiendas les llegaban. Distintos muchachos encontraron toda la correspondencia junta en el regimiento, muchos no la encontraron nunca. Los que estaban cerca de Puerto Argentino  comían  patos.  Nosotros,  que  estábamos  próximos  a la montaña, por lo menos comíamos carne. Haberme criado en el campo fue un beneficio. Guardábamos el cuero y hasta comíamos el caracú. Casi todos los días hacíamos tortas fritas, estaba cansado de tortas fritas, harina y agua, te hacía mierda el hígado. Rezaba cuando se oían disparos sin saber de dónde venían, y al final teníamos hambre. Siempre teníamos hambre.
 

  
Nació en Junín, provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1964.
Escritora, docente, ejerce el periodismo, coordinadora de talleres de escritura y capacita docentes en literatura infantil y lectura en voz alta en todo el país. Es Miembro del Comité organizador de la Feria del
Libro Infantil y Juvenil de Buenos Aires.
Integró el Comité Editorial de las Revistas: La Mancha, Vagón Literario, publicación trimestral de Alfaguara-México y Revista Latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil (Relalij), publicación de las secciones latinoamericanas de IBBY editada en Colombia.
Colaboró en el suplemento Radar Libros, Página 12, Imaginaria, El Planeta Urbano, El Cronista Comercial, La Nación, Clarín, Hojas de Lectura (Colombia), Fadamorgana (Santiago de Compostela) y Educación y Bibliotecas y En julio como en enero (La Habana), entre otros medios. En la actualidad escribe en Planetario, guía mensual para chicos y en la revista La Valijita.
Así en la tierra como en el cielo(Sudamericana), su primera novela, fue finalista en el concurso Premio Norma-Fundalectura, Colombia, 1997. La enamorada del murofue Galardonada con el Primer Premio
del concurso “A la Orilla del Viento”, Fondo de Cultura Económica de México, 1999. Libro postulado por el Banco del Libro de Venezuela en la lista “Mejores libros para niños y jóvenes 2002”. La Casita Azul,
obtuvo el Premio Iberoamericano de novela, 2001, La Habana, Cuba y está traducida al portugués, inglés y gallego. Recibió el Premio Especial La Rosa Blanca a la trayectoria en Promoción de la literatura infantil, La Habana, 19 de octubre de 2001. Y Premio Madre Teresa, 2004, otorgado por la Biblioteca Popular del
mismo nombre en Virrey del Pino, La Matanza, en el Área de Educación, Cultura y Bibliotecas, por el apoyo a Bibliotecas Populares y difundir Literatura Infantil y Juvenil.
Otras obras de esta autora:
Así en la tierra como en el cielo, La casita Azul, El pueblo de la mala
muerte, Idas y vueltas.


Fuente consultada: Plan Nacional de Lectura

jueves, 26 de marzo de 2015

Andersen, un viajero incansable


Con motivo del Día Internacional de la Literatura Infantil y Juvenil transcribimos la nota escrita por Manuel Peña Muñoz sobre Andersen, publicada en la Revista Había una vez N° 20.  

                             Andersen, un viajero incansable

Para Andersen, el viaje alcanza el valor de símbolo: “Viajar es vivir”, escribe. Es el viaje como meta, como búsqueda del conocimiento, para superarse a sí mismo y alcanzar la felicidad.
             Por Manuel Peña Muñoz
             Escritor y especialista en literatura infantil
             www.elcaballerodelosalerces.cl

Hans Christian Andersen (1805-1875) fue un viajero romántico en busca de paisajes de su Dinamarca natal. Caminó por sus bosques, bordeó los lagos y contempló las cascadas. Por sus cuentos desfilan islas, fiordos y ríos. En sus páginas describe Selandia, Fionia, Falster, una capilla gótica coronada por un nido de cigüeñas, un venado asustadizo, el ondulante río Gudenaa.
En 1833, a la edad de 28 años, recibe una pensión monetaria del rey de Dinamarca, Federico IV, que le
permite viajar por Alemania, Francia, Inglaterra e Italia. Viaja en carruaje, en vapor y en tren. Fue el autor de su tiempo que más viajó y cada destino le permitió conocer realidades muy distintas, abrirse a otras culturas y plasmar escenarios muy diversos en sus cuentos.
Andersen realizó más de 30 viajes por Europa, Escandinavia y Medio Oriente. En su autobiografía El cuento de mi vida, escribe: “Como un filtro de Medea que me diera fuerzas para mi espíritu, así son para mí los viajes”.El primero que hizo fue a Suecia y luego siguió camino por toda Europa. En Londres conoce a Charles Dickens, quien lo hospeda. Frecuenta a la duquesa de Suffolk y recibe una invitación de la reina
Victoria para pasar una temporada en la isla de Wight. También recorre Suiza, que le agrada mucho por sus bosques de hayas y lagos azules.
En Francia frecuenta los ambientes teatrales y literarios y conoce a Victor Hugo y a los músicos Franz Liszt y Felix Mendelssohn. También lo recibe la condesa de Bocarné, quien le presenta a Balzac y posteriormente, en 1844, es presentado al gran duque de Sajonia, en cuya corte de Weimar habían vivido Goethe y Schiller.
Luego sigue rumbo a España, donde visita Barcelona, Levante, Andalucía, Madrid y Burgos en 1862. De esta experiencia escribe el libro Viaje por España(Alianza Editorial, 2005) en una de cuyas páginas leemos: “En ninguna otra ciudad española he llegado a sentirme tan dichoso como en Málaga”.
A Italia la llama “el país de mis sueños”. Aficionado a la ópera, va a la Scala de Milán, y también a las canteras de mármol de Carrara, a Pisa y Florencia. Se hospeda en posadas y albergues, en palacios y casas de escritores. Como es un hombre culto, aficionado museos y sensible a las esculturas, observa en una calle de Florencia la curiosa estatua de un animal que arroja agua por la boca, y lo inmortaliza en el cuento El jabalí de bronce. Estando en Roma, va al Café Greco de la Via Condotti, que hoy exhibe en sus paredes un retrato del escritor, recordando su paso y su conversación con los artistas romanos.
Tras Italia sigue viajando a muchos otros países, en los que recorre ciudades y pueblos, interesándose siempre en las pequeñas escenas de la vida cotidiana. Se queda varios días en los lugares para visitar el mercado, el cementerio, los cafés, los teatros, pasear por las calles y parques, conocer las iglesias, observar las tiendas y empaparse de la vida misma. Y de todo saca material para sus cuentos, hasta de los detalles más insignificantes, como un dedal, una mosca o un soldadito de plomo.
Viaja a Grecia: El Pireo, Atenas, la Acrópolis. En el cuento El pacto de amistadnos relata lo que vivió en la
antigua ciudad de Delfos. Desde las primeras líneas, nos introduce en su propia vida: “Hace poco que estuvimos de viaje y ya tenemos ganas de hacer uno más largo. ¿A dónde? A Esparta, a Mecenas, a
Delfos. Hay cientos de ciudades ante cuyos nombres el corazón palpita con ansias viajeras”.
Sigue viaje al Medio Oriente. Visita Esmirna, con sus torreones y minaretes. Allí escribe el cuento Una rosa en la tumba de Homero con el motivo del ruiseñor y la rosa que inspiró también a Oscar Wilde.
Andersen no puede estarse quieto en un solo lugar y tampoco sus personajes, que siempre se desplazan de un punto a otro. El viaje es un motivo que se repite a lo largo de sus cuentos, como un leitmotiv que los engarza a todos. En barco, vapor, diligencia, globo aerostático o a caballo; a pie, en excursiones a la montaña, a lomos de un ave, en un barquito de papel, en el vientre de una ballena o en un baúl volador, sus personajes viajan sin parar.
En Los cisnes salvajes, los príncipes, convertidos en cisnes, vuelan por el cielo y cruzan el océano para aterrizar en un arrecife en alta mar. En El patito feo, el protagonista emprende un recorrido por la granja hasta llegar a la laguna de los cisnes. En El traje nuevo del emperador, el monarca avanza por una alfombra roja en medio de la multitud hasta que un niño grita la verdad. En El sapo, el protagonista sale del fondo del pozo y emprende un viaje a saltos por el campo pues quiere conocer el mundo. Su madre le dice que abajo está más seguro, pero el sapo quiere aventurarse. Va feliz. A veces tiene nostalgia del pozo y de su madre pero sigue su camino aunque ello le cueste la vida. No importa. ¡Viajó! El viaje es sinónimo de cambio, de vida. Es la única forma de alcanzar la culminación. Lo importante es optar por el viaje pese a todos los obstáculos.
Andersen se burla de los que prefieren las comodidades del hogar. No es de extrañar que dedique tantaspáginas a ensalzar a las cigüeñas y las golondrinas, que son aves migratorias.
Cuando finalmente regresa a Dinamarca, llega cargado de recuerdos, una pluma y un legajo de papeles para escribir sus cuentos.


Fuente: Revista digital Había una vez, disponible en:
http://www.revistahabiaunavez.cl/descargas/RHUV-20.pdf 

15 de junio: Día del Libro en Argentina

Recurso seleccionado para compartir el 15 de junio con motivo de recordarse el día del libro en Argentina.